ABURRIDAS DE LAS CLASES VIRTUALES DOS NIÑAS FUNDARON UNA BIBLIOTECA EN SU CASA

Está en una nueva biblioteca para chicos, la única que hay en Flores. Se llama “Alfonsina Storni” y pertenece al museo que lleva el nombre del barrio. Los estantes repletos de títulos asemejan la sala a una librería, pero aquí el servicio es gratuito. Eso confunde a Federico, que vino acompañado por su padre pero esta vez no deberá pedirle “Por favor, comprame”.
La idea es de dos chicas que apenas lo superan en edad: Lucía D’Anna (11) y Alma Braña (10). Son primas, hijas de los fundadores del museo. La madre de Alma, Mariana D’Anna, atiende la biblioteca junto a otro miembro de la institución, Nicolás Tatasciore. El otro protagonista del proyecto es el barrio mismo: sus vecinos, que ya donaron 1.000 volúmenes y una estantería de madera.
“Fue mejor de lo que esperábamos, porque empezaron a llover libros: la gente donaba y donaba, y cada vez teníamos más”, festeja Lucía. Recuerda que de chiquita le gustaba jugar a la bibliotecaria. Y que veía que en el museo “había libros expuestos, pero que los chicos no podían tocar”. “Entonces Alma y yo les contamos a nuestros papás la idea”, repasa.

Ellas mismas hacen el proceso de selección y se quedan sólo con los libros que están en buenas condiciones. El resultado es un mix entre viejo y nuevo, 800 volúmenes entre los que hay novelas de Harry Potter, tomos de Elige Tu Propia Aventura, historietas, enciclopedias. Hasta ejemplares de la colección Robin Hood, la primera vía de acceso a la literatura para muchos argentinos.
Todo esto en un barrio fuerte en letras, de vecinos ilustres como Roberto Arlt, César Aira, Baldomero Fernández Moreno, la propia Alfonsina. “La elegimos para bautizar la biblioteca porque vivía en Flores”, dice Alma. “Y porque fue una antiprincesa, una luchadora”, suma Lucía.
“Estamos hartas de Zoom’, nos decían Alma y Lucía. Con este proyecto quisimos volver al libro físico, de papel”, cuenta Roberto D’Anna, padre de la segunda y fundador del museo. Y sugiere: “Es una buena forma de sacar a los chicos de tanto videojuego. Buscamos que el libro vuelva a entrar a las casas, que los padres vuelvan a leerles a sus hijos”.

Este acostumbramiento a las pantallas contrasta con el desacostumbramiento a buscar un libro en una biblioteca. “Al principio los chicos venían con timidez, no entendían cómo hacer o la diferencia con una librería -observa Roberto-. Les explicamos que pueden mirar los libros, elegir uno y llevárselo gratis a la casa, pero que a la semana deben devolverlos”.
Algunos pequeños lectores quieren quedarse a leer allí, pero los bibliotecarios les explican que no se puede, por la pandemia. A Roberto le “sorprende que busquen sentarse y ponerse a leerlo”. “Es lindo verlos sonreír. Aunque esté el barbijo, lo vemos igual

 

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